Los falsos debates

En la política española está ocurriendo algo inquietante: cada ley que se alumbra –menos mal que son pocas– solo sirve para aumentar la polarización y para agudizar el frentismo. Es el factor que distingue las últimas semanas, y ahí están los hechos. El primero, los presupuestos. La introducción del factor Bildu partió el mapa en dos mitades: la que afirma que no se puede hablar con quien no condenó ni un atentado o promueve homenajes a etarras y la que entiende que el terrorismo está condenado en los estatutos de Bildu y que es un partido legal. Si el debate se quedase ahí, sería un debate legítimo y probablemente necesario. El problema está en los excesos: en considerar indigno cualquier contacto con esa fuerza política y en difundir que se juega con la integridad de España. La discusión es tan pasional, que del contenido de los presupuestos no se habló ni se habla. Lo que queda es un país dividido en dos frentes y retroceso de la concordia.

El segundo, la ley Celaá. Miren que hay argumentos para criticar una ley que ignora las necesidades educativas ante las exigencias del futuro mercado laboral; que no ofrece
garantías de mejora de la calidad de la enseñanza ni de frenar el fracaso escolar y nacida con el pecado original de un
exceso de ideología camuflado en el objetivo de “cambiar una filosofía elitista por la equidad”. Pues de todo esto ­tam­poco se dice nada. Se agarran
tres conceptos –idioma vehicular, escuela concertada y libertad de elección de centro– y sobre ellos se monta la gran contienda: manifestaciones, recogidas de firmas y griterío mediático. El resultado vuelve a ser el frentismo: la España que se autoproclama progresista frente a toda la reacción, los curas y los privilegios. En medio, el desierto.

La discusión es tan pasional, que del contenido de los presupuestos no se habló ni se habla

La pregunta es qué nos ha pasado para esta intransigencia. Hay tres explicaciones: un Gobierno sometido a tensiones internas que le impiden acercarse a opciones moderadas, como demuestra el menosprecio de Podemos y sus aliados a Ciudadanos; las exigencias de la izquierda radical que el PSOE debe asumir si quiere seguir en el poder y, por el otro lado, un PP que no puede dejar que Vox le arrebate banderas como la libertad educativa o el rechazo a cualquier concesión a los nacionalismos. Este es el cóctel explosivo.

Al final resulta que quienes más condenan a Bildu pactaron alguna vez con él y quienes censuran al PP que nunca haya apoyado una ley educativa socialista tampoco votaron nunca una ley educativa de derechas. Eso demuestra una espectacular falta de coherencia por ambas partes, un comportamiento agresivamente partidista, y desemboca en un clima político irrespirable, con frecuencia irracional, que se puede medir cada miércoles en las inútiles sesiones de control. Y con todo eso, el pueblo llano preguntándose qué hay de lo suyo, porque sus representantes están en otras guerras. Y no disparan a ras de suelo. Disparan por elevación.

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